Panchito se alimenta principalmente de huevos de las gallinas que viven en el rancho. Pero también le gusta la carne. El otro día se comió una como de tres mordidas. Más veloz que cualquier pistolero del oeste, sin que nadie se diese cuenta, como buen mapache que es, en un silencio y de un zarpazo, zas, la atrapó. El otro día también, si no se le detiene, se come a la yesca.
Algo así hice yo pero en vez de zarpazo y astucia, fue doña Rosa y chuyito los que se encargaron de hacer el trabajo. !¿Qué?¡, creían que la primer experiencia de mi paladar con la carne blanca iba a ser “bachoco”, pues no. Cumplí seis meses, el pediatra dijo frijol, chícharos y pollo, así que fuimos al corral que está atrás en el patio del restaurante, doña Rosa dijo cual, chuyito lo atrapó, Rosa lo destazó, mi papá tomó la foto que está aquí arriba, mamá hizo la papilla y yo me lo comí.
Puede parecer atroz y que le reclame a mis papás este momento cuando se confronten mis ideas al adolecer. Ser o no ser. De granja o de rancho. Ese fue el dilema. Y la respuesta fue uno de los encabezados del menú del restaurante: “del corral atrás en el patio”. Así que ese pollo que está arriba en la foto, se sacrificó para que mi primer experiencia con la carne blanca no fuese de esa que venden en los supermercados y de la cual se escucha tanta “barbaridad moderna” de hormonas y no se cuantas cosas.
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